INTERIOR DE LA IGLESIA DE LOS SANTOS APÓSTOLES
La estructura interior de la Iglesia de Los Santos Apóstoles ayuda y favorece la participación de los presentes a la vida litúrgica.
“Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí” (Jn. 17, 22-23). La asamblea cristiana se reúne para experimentar el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús.
Un amor que da la vida por los hombres incapaces de amar porque esclavos del miedo y de la muerte. “Por tanto, así como los hijos participan de la sangre y de la carne, así también participó él de las mismas, para aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al Diablo, y libertar a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud” (Hb. 2, 14-15).
Cristo con su Muerte y Resurrección ha destruido la muerte, la esclavitud al pecado y al egoísmo y nos ha abierto un camino para cada uno de nosotros hacia Dios y hacia los demás. Cristo resucitado anuncia el perdón de los pecados y nos trae el don del Espíritu Santo, que es el mismo amor de Dios en nuestros corazones. El pasar de la muerte a la vida es el Misterio Pascual de Cristo. La llegada del amor de Dios en la vida hace posible un amor humanamente imposible: el amor a los enemigos, el perdón reciproco y la paz. Mientras más adecuada –según este espíritu– es la participación a la liturgia, mayor aún será la experiencia de la victoria de Cristo en nuestra muerte y sufrimiento.
La liturgia no es un rito externo o un compromiso, sino más bien una experiencia real e histórica de Dios, capaz de transformar la vida. Nace de la comunión y la Iglesia aparece como el Cuerpo de Cristo formado por muchos miembros.
La Parroquia de Los Santos Apóstoles (ex Emmanuel) ha comenzado a finales de los años 80 una obra de re-evangelización de adultos a través de un itinerario catecumenal de formación cristiana para traer a la parroquia los frutos de la Renovación del Concilio Vaticano II. La parroquia está así presentando una nueva imagen de sí: Una estructura de “comunidad de comunidades” como amaba decir San Pablo VI. La nueva realidad se hace visible en el actual edificio de la Iglesia (consagrado el año 2014) con su estructura según la renovación conciliar; la estructura arquitectónica y los signos litúrgicos están puestos para ser una ayuda de modo que se pueda realizar en la liturgia una real experiencia del Misterio: el encuentro de Dios con la comunión de los hermanos.
ARQUITECTURA Y ESPACIOS LITURGICOS.
La Iglesia tiene forma octagonal y circular. El octágono tiene un significado simbólico en la tradición de la Iglesia primitiva, es el número de la Resurrección de Cristo. La forma circular favorece la participación a la liturgia y subraya la asamblea reunida como el Cuerpo de Cristo. San Roberto Bellarmino escribe: “El presidente como la cabeza del cuerpo. La Palabra de Dios como la boca; el altar como el corazón del cual se alimenta y apaga su sed la Iglesia; la Asamblea como los brazos, los pies, del Cuerpo de Cristo…” y podríamos agregar, la fuente bautismal como el útero donde se dan a luz los nuevos hijos de la Iglesia. La cúpula sobre el altar es imagen de los cielos abiertos, lugar en el cual Cristo subió y del cual un día regresará. La Iglesia expresa así su espera escatológica: el regreso glorioso del Señor en el último día, día que marca la victoria definitiva de Cristo sobre el mal y sobre la muerte. “¡Maranathá – Ven Señor Jesús!” proclama la Iglesia.
LA SEDE PRESIDENCIAL
La sede del Presidente de la Asamblea tiene forma de cátedra o de trono, acompañada de los asientos para los concelebrantes, es el lugar más alto de la iglesia y está al centro del ábside para subrayar la imagen de Cristo-cabeza del cuerpo. La zona realzada permite al Presidente quedar visible para que pueda presidir realmente la acción litúrgica.
EL AMBÓN
El Concilio Vaticano II ha presentado nuevamente la importancia de la Liturgia de la Palabra durante la Misa. La liturgia eucarística está centrada en dos mesas: el ambón, Cristo Palabra de Dios, y el altar, Cristo alimento eucarístico. El ambón está colocado en alto en posición fija y cerda de la sede. Dice el Catecismo de la Iglesia Católica en el n. 1184: “La dignidad de la Palabra de Dios exige que en la iglesia haya un sitio reservado para su anuncio, hacia el que, durante la liturgia de la Palabra, se vuelva espontáneamente la atención de los fieles”. El Ambón es imagen de la piedra del sepulcro de Cristo desde la cual el ángel, ósea el diácono o el lector o el salmista, anuncia a las mujeres la Buena Noticia de la Resurrección.
LA MESA DEL CUERPO DE CRISTO
La mesa está centro de la Asamblea, imagen del Sacrificio de la Cruz de Cristo y del banquete de su pascua, por esto es amplia y suficientemente baja para representar una mesa a la cual todos somos invitados para que Cristo nos pase de la muerte a la vida. Es de forma cuadrangular según la tradición, signo de la fuente del agua viva de la cual bajan los cuatros ríos del Paraíso (Gén. 2, 8-14) que quitan la sed a los hombres de los 4 puntos cardinales del mundo. Se cubre con manteles y flores para significar la fiesta. Es iluminado con cirios y lámparas para recordar que Cristo es luz que ilumina el mundo y con Él a la Asamblea reunida. La importancia de la mesa es subrayada de la cúpula que está sobre ella, la cual es signo de la epíclesis, ósea de la venida del Espíritu Santo al “lugar santo” por excelencia de la Iglesia.
LA FUENTE BAUTISMAL
La fuente bautismal está puesta al centro de la gran asamblea porque el bautismo introduce en la comunidad cristiana. Es amplia para administrar el bautismo ya sea por inmersión que por ablución a niños y adultos. Está en estrecha conexión con el altar y con la sede presidencial, juntos son el lugar de los tres sacramentos de la iniciación cristiana, bautismo, confirmación y eucaristía. En la iglesia primitiva el bautizado era acogido con una vestidura blanca a la salida del agua, sucesivamente era ungido con el óleo, símbolo de la nueva fuerza del espíritu Santo (Confirmación), y acogido en la comunidad con el beso de la Paz, y de ahí se concluía el final la iniciación cristiana en la eucaristía.
La fuente bautismal es una amplia piscina de mármol, excavada como una verdadera y propia fosa en el pavimento: es tumba y madre. Tumba por qué nuestro hombre viejo muere con Cristo en el agua del bautismo. Madre porque nos regenera a una vida nueva a imagen de Cristo. Tiene forma de cruz en un octágono: como decíamos “ocho” es el número de la Resurrección de Cristo, que hace referencia al octavo día de la semana, o sea el domingo Pascual, el primer día después del séptimo: “el Sabath hebreo” y primero de la nueva creación. Quien se sumerge en el octágono corre hacia la resurrección y hacia el cielo, la base de la piscina es una piedra negra de basalto, signo de Cristo piedra angular. De la cual aparece el agua bautismal, como apareció de la roca en el desierto por mano de Moisés. La fuente bautismal tiene siete gradas en cada uno de los lados del axis de la Cruz, para bajar, sumergirse y salir nuevamente. Sumergirse en la muerte con Cristo, emerger a la vida nueva saliendo hacia la gloria de la resurrección: “¿O es que ignoráis que cuántos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva. Porque si hemos hecho una misma cosa con él por una muerte semejante a la suya, también lo seremos por una resurrección semejante” (Rm. 6, 3-5). “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt. 28, 19).
LAS PINTURAS DE LA IGLESIA
Los iconos que se encuentran en la parte alta de la iglesia, representan el cielo. Han sido pintados con imágenes inspiradas a la iconografía de la Iglesia Oriental y parecen coronar la asamblea uniendo a la vez el cielo y la tierra. Dios está presente en medio de su pueblo. En las pinturas se representan varios momentos del misterio pascual. El concilio propone reforzar el rol de las figuras simbólico sacramentales en la liturgia. “Las imágenes sagradas, presentes en nuestras iglesias y en nuestras casas, están destinadas a despertar y alimentar nuestra fe en el Misterio de Cristo. A través del icono de Cristo y de sus obras de salvación, es a Él a quien adoramos. A través de las sagradas imágenes de la Santísima Madre de Dios, de los ángeles y de los santos, veneramos a quienes en ellas son representados” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1192).
El pintor de iconos no imita, no representa, sino más bien saca el velo, así que caigan los muros de separación, logra comunicar este mundo y el otro. Los iconos nos hacen comprender la presencia de Dios. Es, se puede decir, teología visiva, ayuda a la oración y a la contemplación. La iconografía nace con Cristo, icono del padre invisible, es encentrado en la encarnación de Cristo. Cristo restablece en el hombre la imagen de Dios que el pecado había entristecido, el hombre transformado a su imagen llega a ser la más genuina imagen de Dios. El arte sagrado en los iconos no ha sido inventado por los artistas, es una intuición que recibieron los Santos Padres y de la tradición de la Iglesia (según concilio de Nicea, 787). Expresa la actitud de la iglesia: la cual contempla el misterio de Dios y su encarnación.
Las figuras se presentan aparentemente rígidas, pero subrayan la potencia interior, la perspectiva es inversa, es el icono que nos mira. En los iconos no hay jamás una fuente de luz porque la luz, Dios, es su sujeto. “El icono describe el desconcertante amor recíproco: el amor de Dios por el hombre y en respuesta la pasión del hombre por su Dios: “Tú eres el que mi alma ama”. Es la realización del deseo eterno de Dios de llegar a ser hombre para que el hombre llegue hacer Dios, el icono nos ofrece la contemplación del misterio de Dios.
